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López Obrador, nuevo Presidente: entre fiestas populares e inestabilidades financieras

Con ambiente de fiesta, miles de personas tomaron las calles de la Ciudad de México para celebrar, el 1 de diciembre pasado, que Andrés Manuel López Obrador se convirtió oficialmente en Presidente de la República Mexicana, después de una de las transiciones más largas de la historia reciente (durante 6 meses convivieron literalmente dos gobiernos, el de Enrique Peña Nieto y el de López Obrador).

En el capitalismo financiarizado la inestabilidad es recurrente, pero su gobernanza cotidiana pende del hilo de las “agencias calificadoras de riesgo” macroeconómico. Si el Gobierno en turno no tiene control de la inflación, asegura la estabilidad financiera, procura el balance fiscal y la disciplina presupuestaria, no pasa la prueba de confianza de los banqueros y grandes inversionistas internacionales. Así, pueden hundir lenta o rápidamente, la credibilidad y los planes de cambio de un gobierno alternativo.

En esa larga transición, vimos la firma apresurada del T-MEC (Tratado México-Estados Unidos-Canadá, nuevo nombre para repetir lo fundamental del socialmente desprestigiado TLCAN y añadir nuevas y graves restricciones para el gobierno y para los trabajadores mexicanos).

También vivimos un conflictivo y beligerante éxodo de migrantes centroamericanos a Estados Unidos (hondureños, salvadoreños, guatemaltecos) que puso en crisis a la frontera sur de México y militarizó temporalmente la frontera México-EU, dando lugar en ciudades como Tijuana, a expresiones de racismo, xenofobia e intolerancia, que son todos ingredientes básicos de la política de Donald Trump.

Por anunciar la cancelación del lujoso proyecto de construcción de un nuevo aeropuerto sobre el lecho de un terreno de recarga de acuíferos en el Noreste de la ciudad de México, o por el anuncio de revisar las comisiones que cobran los bancos (que en México son del doble de la que cobran los bancos en sus casas matrices), tuvimos bajadas súbitas en la Bolsa de Valores y devaluaciones del peso respecto al dólar (coincidiendo con episodios de la pugna comercial EU-China y/o anuncios de desaceleración de la economía mundial).

Que se iniciaba así una transformación pacífica y ordenada, pero al mismo tiempo profunda y radical

Hubo reclamos empresariales airados contra supuestas intenciones de cambiar la gestión de los fondos de pensiones (reclamos   a cargo de los medios de comunicación, prensa, radio y televisión) y ataques de los partidos desplazados del poder, todos tratando de recuperar terreno tras la debacle electoral que sufrieron el 1 de junio de 2018.

Sin mucho ruido mediático, coincidiendo con la toma de posesión de López Obrador, se vio limitado el abasto de gasolina en el estado de Guanajuato, gobernado por el derechista Partido de Acción Nacional (PAN), lo que provocó desconcierto y enojo entre los automovilistas de ésa que es una de las regiones más conservadoras del país y fue la primera en abrir las estaciones de gasolina de las grandes trasnacionales en 2018.

El acto oficial de Toma de Posesión se hizo frente a Diputados y Senadores, gobernadores e invitados especiales, con el expresidente Peña Nieto a su lado: ahí, López Obrador desnudó al neoliberalismo como un verdadero desastre, por la desigualdad económica, la pobreza, la marginación, la impunidad y el cinismo respecto a la corrupción que florecieron en México en los gobiernos pasados.

López Obrador remarcó que no sólo iniciaba un nuevo gobierno, sino un cambio de régimen político. Que se iniciaba así una transformación pacífica y ordenada, pero al mismo tiempo profunda y radical, porque se acabará con la corrupción y con la impunidad.

Reiteró que el modelo económico neoliberal era extranjerizante y desnacionalizador, porque fue concesionando territorios, empresas y bienes públicos a empresarios privados extranjeros. Denunció la corrupción como la función principal del poder político, de ahí la importancia que le daba a la  separación del poder económico y el político. Aunque todo eso lo remarcó después de haber nombrado como su Consejo Asesor (en el que están prácticamente todos los grandes hombres de negocios mexicanos), para calmar los ánimos empresariales después de cancelar el proyecto del nuevo aeropuerto.

Por ello tampoco resultó raro que en su llegada al Gobierno, López Obrador reiterara que no aumentará los precios de la gasolina ni la deuda pública, que va a respetar los contratos suscritos por los gobiernos anteriores y que respetará la autonomía del Banco de México (el banco central). Pero sí sorprendió su anuncio de que formará una Guardia Nacional (que en la Constitución es un cuerpo civil, que puede o no estar armado) con elementos del Ejército, la Marina y la Policía Federal Preventiva, pues eso implica no sólo seguir con la estrategia militar de combate a las drogas, que ya ha provocado una crisis humanitaria colosal en todo el país, sino que implica depositar la garantía de los derechos y libertades democráticas en órganos o estructuras militares. ¿Y así, dónde queda el reclamo de una paz inmediata, que fue clave en empujar a millones a votar por López Obrador?

Reiteró que vivirá en su casa familiar y que la residencia oficial de “Los Pinos” se abría al público, para evidenciar que  los expresidentes llevaban una vida de lujos que no estaba lejos del estilo de los jeques de Medio Oriente, en un país lleno de carencias elementales.

Tras la ceremonia en el Palacio Legislativo, López Obrador asistió a un acto masivo en el Zócalo capitalino, donde representantes de 68 comunidades  indígenas le otorgaron el “Bastón de mando”.  Al recibirlo, López Obrador pidió a la multitud que llenaba el Zócalo: “No me dejen solo… Sin ustedes no valgo nada, o casi nada”.

Pasada la fiesta, este acto celebratorio se convirtió en controversial: primero fue criticado como “folklórico” (por la quema de copal, rezos, e invocaciones a los cuatro puntos cardinales), pero sobre todo porque el agrupamiento que le dio el bastón de mando obviamente no tenía la representación del conjunto de los pueblos indígenas. No debía hablar a nombre del movimiento indígena, aunque es un hecho que lo hizo proyectándose como interlocutor del gobierno de  López Obrador.

Y la representatividad del grupo no es un asunto menor, porque en su discurso López Obrador ratificó que en su gobierno se concretarán tres obras claves de su Plan de Desarrollo: el Corredor Multi-modal Trans-Istmico (para unir el Pacífico con el Golfo de México), el Tren Maya y la Refinería en Tabasco. También insistió en que en tres años estará lista la ampliación del actual aeropuerto, el acondicionamiento con dos pistas adicionales del hoy aeropuerto militar de Santa Lucía y del aeropuerto de Toluca.

En suma, se trata de algunos viejos y polémicos mega-proyectos, anunciados sin consulta detallada en territorios indígenas, requisito que establece con toda claridad el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo. Fue el gobierno neoliberal de Vicente Fox Quesada (2000-2006) el primero en plantear el Corredor Trans Istmico, en su controvertido “Plan Puebla Panamá.”

Al respecto, varios expertos insistieron en que la modernidad depredadora ya había dejado huellas en Mérida, Cancún, Campeche y Chetumal, ciudades en las que los desarrollos turísticos, inmobiliarios y comerciales, han destruido el patrimonio biocultural y sólo han generado un “progreso” injusto, desequilibrado y destructivo, justo porque hasta hoy no se han articulado las acciones de los gobiernos federal, estatal y municipales, con las comunidades, pueblos y grupos indígenas. Por eso mismo, dichos expertos defendieron públicamente la construcción de una economía ecológica, social y solidaria que implica un respeto biocultural profundo y la defensa de la vida en todas sus formas.

López Obrador también ratificó su intención de cancelar la reforma educativa, de dar atención médica gratuita en las zonas marginadas, constituir una “Comisión de la Verdad” para castigar los abusos de autoridad, para atender el caso de los 43 jóvenes desaparecidos de Ayotzinapa. Anunció   que se atenderá a 54 millones de pobres, dará 10 millones de becas para jóvenes y duplicará el apoyo económico para los adultos mayores y discapacitados. Sin duda, cambios fundamentales escuchando reclamos populares.

Finalmente, levantó polémica anunciando que no pensaba perseguir a los funcionarios de gobiernos anteriores, porque no lo animaba la venganza y porque era “partidario del perdón y la indulgencia”. Ante casos flagrantes de corrupción de funcionarios públicos a todos los niveles en el gobierno de Enrique Peña Nieto, este anuncio se antoja clara violación al estado de derecho y perpetuación de la impunidad. Porque no se trata de una opción individual del Presidente (“ te perdono y lo olvido”), sino de actuar con la ley en la mano frente a funcionarios corruptos que de otra forma, sus atracos quedarían impunes.

En todos los actos realizados por Andrés Manuel López Obrador el día de su Toma de Protesta, brillaron la movilización y el festejo popular con la esperanza de que México cambie, se percibe que todo el mundo está consciente de que eso no ocurrirá de un día para otro, pero ya al menos parece verse una luz al final del túnel. Si el camino para llegar fue duro, lo que todavía falta para convertir la esperanza de cambio en realidad, será durísimo. El discurso y la realidad, muestran así la senda por la que ya estamos caminando.

Alejandro Alvarez Bejar es profesor de economía en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), miembro de la Coalición Trinacional para la Defensa de la Educación Pública y Comandante Honorario del Heroico Batallon de San Patricio.

 

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