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Elecciones en un Estados Unidos post-democrático: votar sin voz

Martes siniestro

Aquellos inclinados a no perder de vista el calendario saben que el Martes 8 de noviembre del 2016, se llevara a cabo la 58 elección presidencial estadounidense. Aquellos inclinados a seguir la pista a la historia le preguntarán a sí mismos, en qué tipo de circunstancias históricas para la nación, para el mundo, y para sus familias tienen lugar estas elecciones presidenciales? Aquellos inclinados a cambiar la historia—los que tienen el deseo de construir un mundo mejor y una nación mas justa—probablemente se preguntan las mismas preguntas que los seguidores del calendario y la historia, pero además se preguntaran acerca de la validez del proceso electoral como una herramienta eficaz para el cambio.

Ejemplos exitosos de democracias radicales

Si nos fijamos en la historia de la última década, podemos extraer dos conclusiones políticas importantes: el neoliberalismo ha sido cuestionado en varias regiones del mundo; y un cambio social de carácter democrático es posible. Gobiernos progresistas latinoamericanos como Ecuador, Venezuela, Chile, Uruguay, Argentina, Bolivia y Brasil son ejemplos exitosos de reducción de la pobreza, de redistribución de la riqueza, de cambios en el sistema de impuestos para beneficiar a la mayoría de los ciudadanos, del uso de la renta nacional para mejorar la salud y la los servicios sociales, de disminución de los gastos militares, de extender la educación a sectores previamente ignorados de la sociedad, así como que garantizar derechos civiles a minorías y otros grupos marginados, y por último, en el caso de Ecuador y ahora Bolivia, el considerar la naturaleza como una entidad con derechos similares a los de la población. (Irónicamente, en los EE.UU., también hemos concedido derechos a entidades no humanas: las corporaciones).

Un ejemplo positivo similar de desafío al neoliberalismo es el caso del triunfo electoral en Grecia de SYRIZA, un partido populista de izquierda dispuesto a desafiar las políticas de austeridad impuestas por los catastróficos bancos alemanes a los países del sur de Europa. Igualmente importante es la victoria en el Parlamento Europeo del número de escaños obtenidos por PODEMOS españoles, otra organización populista de izquierda que desde España desafía las desigualdades del capitalismo europeo extendiendo las demandas democráticas del pueblo español.

Todos estos constituyen importantes logros populares que re-definen el contenido de la democracia de un modo más cercano a su significado original, como una forma de gobierno por el pueblo y para el pueblo. Estos eventos proveen — con diversos niveles de intensidad – ejemplos claros de cómo los ciudadanos comunes pueden tener una voz en la determinación de la dirección de la vida económica y política de las sociedades en las que viven.

Estados Unidos post-democrático

No debemos concebir la democracia como una cosa en sí misma, como ser abstracto, o como un sustantivo sin adjetivos. La Democracia proviene necesariamente tomada de la mano con un adjetivo calificador que une esta forma de gobierno con un modo específico de organización de la economía, en un momento histórico específico y con beneficiarios igualmente específicos. La democracia estadounidense se ha convertido en una economía capitalista global, post-industrial, altamente desarrollada pero con una creciente desigualdad interna, agravados por racismo y la discriminación latentes. A esto se suman una fuerte presencia militar en todo el mundo, y un aparato estatal centralizado no sujeto a escrutinio civil, capaz de someter a vigilancia continua y no autorizada a sus propios ciudadanos y naciones extranjeras por igual.

Muchos observadores sociales describen la sociedad norte-Americana como una sociedad post democrática. El científico social Colin Crouch define las sociedades post-democráticas como sociedades “dominadas por élites, donde los grandes intereses empresariales son los únicos grupos capaces de hacer oír su voz”.

Probablemente la ‹ocupación› más importante del Movimiento Occupy no fue Zuccotti Park en el distrito financiero de Wall Street, pero la inserción lingüística del termino desigualdad, como una categoría que ahora es reconocida por los medios de comunicación y el discurso popular estadounidense. Las asimetrías sociales del país se hicieron evidentes en la dicotomía paradójica entre el 1 por ciento de la población y las crecientes dificultades de la experimentadas por el restante 99 por ciento de los estadounidenses.

No es la intención de este artículo presentar un resumen de las desigualdades en términos de ingreso, distribución de la riqueza y por factores raciales. Pero sólo para ofrecer una breve ilustración de la situación : algunos estudios indican que el 1 por ciento de los ricos en los Estados Unidos ahora posee más riqueza que la totalidad del 90 por ciento restante de la población . Cifras similares elaboradas por la Oficina del Censo de los Estados Unidos con respecto a la pobreza, etnia y edad confirman la creciente desigualdad en América. Oficialmente, el 16% de la población estadounidense vive en la pobreza, 20 por ciento de aquellos, o el equivalente a 44,4 millones son niños, 9.9 por ciento son blancos, 12.1 por ciento son asiáticos, el 26,6 por ciento de hispanos, y el 28,4 por ciento Negros. Veintidós por ciento son menores de 18 años de edad, el 13.7 por ciento entre las edades de 19 y 64, y un 9 por ciento más de 65 años de edad. Indicadores como estos son difíciles de justificar teniendo en cuenta que los EE.UU. es la nación más rica en la historia de la humanidad. También son difíciles de justificar si seguimos llamándonos a nosotros mismos una Democracia. ¿Qué clase de democracia permitiría estos niveles catastróficos de concentración de la riqueza y de desigualdad?

En este contexto, es difícil determinar dónde la oligarquía estadounidense extrae su definición de democracia—ciertamente no de la voluntad de la gran mayoría de los ciudadanos estadounidenses. Hemos llegado a una etapa en la que las instituciones democráticas formales siguen existiendo, pero sin participación pública real. Los intereses públicos no son escuchados ni representados. Sí, podemos votar (después de largas luchas y obstáculos que continúan todavía en el presente) pero no tenemos realmente una voz?

El Estado, en todos los niveles, sigue limitando los espacios democráticos, incluso derechos individuales básicos tales como el derecho a la privacidad y la libertad de expresión e información. Las recientes revelaciones de los operativos clandestinos de vigilancia y espionaje en prácticamente todos los ciudadanos estadounidenses son indicadores del déficit de la democracia Norteamericana.

¿Qué determina la identidad Americana?

La mayoría de las naciones expresan su identidad nacional a través de un sentido compartido de la historia o un origen étnico común. Dado el hecho de que desde sus orígenes la nación americana se basó en la represión violenta de los negros y el genocidio de las populaciones indígenas nativas; la historia y el origen étnico nunca han sido un firme punto de partida para la identidad estadounidense. Tampoco son ahora. La más reciente serie de eventos en los que civiles negros han sido asesinados por policías blancos es un indicador preocupante de cómo la larga historia del racismo y la discriminación siguen vivos. A pesar de la verdad particularmente inconveniente dada por las evidencias históricas y actuales, la ideología reinante aún presenta “The American Democracy” como denominador común y la más alta expresión de lo que significa ser un país civilizado.

Teniendo en cuenta que los mas recientes brotes de violencia policial están dirigidos contra gente de color, tenemos que preguntarnos: ¿En qué tipo de personas nos hemos convertido? ¿Qué tipo de relaciones sociales valoramos? Sí, podemos, y debemos identificar a los responsables de la situación actual. Sí, debemos preguntarnos cómo llegamos a este punto y quién tiene la culpa, y que medidas se deben tomar para conducirlos al juicio político de la verdadera democrática. Pero al mismo tiempo, tenemos que re-hacernos a nosotros mismos mediante la reinstauración de verdaderos valores democráticos en nuestra sociedad. Las próximas elecciones ofrecen una posibilidad para comenzar ese proceso – la posibilidad de generar un sentido más igualitario de identidad nacional.

Las próximas elecciones

Las elecciones no son ni buenas ni malas en sí mismas. Sólo un cretino político asignaría atributos esenciales de bien o mal a esta forma de participación política. El valor de los procesos electorales sólo puede ser determinado por un análisis concreto de la situación material en la que se producen dichos procesos. Como Lenin declaró en 1902, “la totalidad de la vida política es una cadena sin fin que consiste en un número infinito de enlaces. Todo el arte de la política consiste en encontrar y agarrar tan fuerte como podamos el enlace que es el menos probable que sea arrancado de nuestras manos, aquel que es el más importante en un momento dado, el que garantiza al poseedor del enlace la posesión de toda la cadena “

Creo que la lucha por la radicalización de la democracia durante las próximas elecciones debe entenderse como una oportunidad para agarrar el enlace que conectará los más amplios sectores posibles de la población dispuestos y listos para cambiar la situación actual. Hacer lo contrario – no tomar en serio las próximas elecciones – significa separar el movimiento progresivo de las preocupaciones públicas, y enmarcar la democracia como la forma en sí misma, como un concepto filosófico sin contenido político específico. Es importante intervenir y participar en las próximas elecciones desde una perspectiva de izquierda inclusiva, no necesariamente sobre la base de un candidato en particular, pero en base a una plataforma política democrática radical centrada en contra las corporaciones y la desigualdad.

Hay que intervenir con una alianza progresista de sujetos políticos múltiples (aliados a través de clase, género, raza, etnia y orientación sexual) detrás de la plataforma de un candidato que abogue por una crítica al actual descarrilamiento anti-democrático de la política estadounidense, y la instauración de las formas de gobierno y de políticas económicas capaces de revertir la desigualdad existente, radicalizar la democracia y garantizar y fomentar la participación pública.

Dadas las circunstancias actuales, en nuestra opinión, las siguientes medidas son fundamentales para cualquier visión de una plataforma de democracia radical de América:

  • Poner fin a que las corporaciones eviten el pago de impuestos mediante el uso de los bancos en el exterior.
  • Imponer impuestos a las instituciones monetarias por sus transacciones financieras
  • Poner fin a los subsidios gubernamentales para petróleo, gas y carbón
  • Imponer impuestos a las ganancias por inversiones de capital y dividendos como ingreso regular de trabajo
  • Aumentar el salario mínimo federal a $ 15 dólares por hora
  • Reducir el gasto militar y aumentar los servicios sociales
  • Instaurar el derecho a la educación superior gratuita.
  • Eliminar el estado de vigilancia.

Debemos construir un tipo de democracia que no es un subalterna de la ideología neoliberal dominante – una democracia que tenga en cuenta los intereses de 99 por ciento de los estadounidenses.

Enrique Quintero, un activista político en América Latina durante la década de los 70, enseñó ESL y adquisición de segundas lenguas en el Distrito Escolar de Anchorage, y español en la Universidad de Alaska Anchorage. Actualmente vive y escribe en Olympia.

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